UN REMEDIO PARA EL DECAIMIENTO DE LA FE CRISTIANA
Oliver Heywood (1630-1702)
Por amor a ustedes, queridos amigos, me atrevo a aparecer de nuevo en público para ser su monitor fiel para impulsarlos hacia su deber y fomentar la obra de Dios en sus almas y la adoración de Dios en sus familias. Y no sé cómo puede emplear un ministro su nombre, sus estudios y escribir mejor (además de la convicción y la conversión de almas particulares) que imponiendo sobre los cabezas de familia que se ocupen de las almas que estén a su cargo. Esto tiene una tendencia directa a la reforma pública.
La fe cristiana empieza en los individuos y se transmite a sus parientes, y las esferas relacionales menores componen una entidad mayor: Las iglesias y las mancomunidades están formadas por familias. Existe una queja general por la decadencia del poder de la piedad y la inundación de las cosas profanas y con razón. No conozco mejor remedio que la piedad doméstica: ¿Acaso enseñaron los gobernadores a sus subalternos mediante consejos y ejemplos?
En vano se quejan de magistrados y ministros, mientras ustedes que son padres de familia son infieles a su deber. Se quejan de que el mundo está en mal estado: ¿Qué hacen ustedes para remediarlo? No se quejen tanto de los demás, sino de ustedes mismos, y no se quejen tanto ante los hombres, sino delante de Dios. Suplíquenle a Dios que haga una reforma y secunden también sus oraciones con ferviente esfuerzo, ocúpense de su propio hogar y actúen para Dios dentro de este ámbito. Conforme vayan teniendo más oportunidad de familiaridad con los que viven dentro de su casa, más au- toridad tendrán sobre ellos porque ellos dependerán de ustedes para que influyan en ellos. Y si no mejoran este talento, tendrán terribles cuentas que rendir, sobre todo cuando sus manos tengan que responder de la sangre de ellos, porque el pecado que cometieron se cargará sobre la negligencia de ustedes.
¡Oh, señores! ¿No han pecado ustedes ya bastante, sino que tienen que acarrear sobre ustedes la culpa de toda su familia? Son ustedes los que ha-cen que los tiempos sean malos y provocan juicios sobre la nación. ¿Prefie- ren ver la angustias de sus hijos y oírlos gritar en medio de tormentos in- fernales que hablarles una palabra para su instrucción, escucharlos llorar bajo su corrección o suplicarle a Dios por su salvación?
¡Oh crueles tigres y monstruos bárbaros! Tal vez imaginen que ustedes son cristianos; sin embargo, a mi juicio, un hombre que no mantiene la adoración de Dios como costumbre en su familia no es digno de ser un participante adecuado de la Santa Cena. Merece amonestación y censura por este pecado de omisión, así como por los escandalosos pecados de comisión; y es que traiciona su vil hipocresía al pretender ser un santo afuera, cuando es una bestia en su casa porque un cristiano bien nacido, es decir, de buenas maneras y refinado, [respeta] todos los mandamientos de Dios. Es de los que son justos delante de Dios y “andan irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lc. 1:6). Que los otros vayan en medio de la manada de los profanos y que les vaya como hagan finalmente, sin conciencia de familia o piedad pertinente. Los que no oren ahora, llorarán más tarde: “Señor, Señor, ábrenos” cuando la puerta se cierre (Mt. 25:11). Sí, los que ahora no quieren clamar por una gota de misericordia, lo harán en el infierno por una “gota de agua que calme sus lenguas abrasadas en los tormentos eternos” (cf. Lc. 16:22-24). A estos hipócritas que se autodestruyen les recomiendo que consideren seriamente Proverbios 1:24-31; Job 8:13-15; 27:8-10. ¡Oh cuán gran honor que el Rey del Cielo le admita a uno en la cámara de su presencia con la familia, dos veces al día para confesar los pecados; pedir perdón y provisiones de misericordia; para darle la gloria por su bondad y depositar la carga sobre Él y obtener alivio!
Espero que no sean nunca reacios a esto, ni se cansen de ello, ¡que Dios no lo permita! El que quiere tener buena salud no se queje a la hora de comer. Reconozcan y observen esos momentos designados para venir a Dios. Si uno promete encontrarse con una persona importante a una hora concreta, cuando el reloj da la hora se levanta, pide disculpas y le dice a quién lo acompaña que [alguien] le espera, que debe marcharse. No se tomen más libertad con Dios de la que se tomarían con los hombres y mantengan su corazón continuamente en disposición de hacer su deber.
Tomado de “The Family Altar” (El altar de la familia), The Works of Oliver Heywood (Las obras de Oliver Heywood), Vol. 4, reeditado por Soli Deo Gloria Publications, una división de Reformation Heritage Books.
Oliver Heywood (1630-1702): Erudito puritano no conformista. Expulsado de su púlpito en 1662 y excomulgado, Heywood predicó principalmente en casas privadas después de la Gran Expulsión.
Usado con permiso de CHAPEL LIBRARY, Portavoz de la Gracia, #26, Adoracion Familiar. 2603 West Wright Street Pensacola, Florida 32505 USA chapel@mountzion.org • www.chapellibrary.org
OTROS GRANDES HOMBRES HABLAN:
¿Te gustaría mantener la autoridad en tu familia? No podrías hacerlo mejor que manteniendo la adoración a Dios en el seno la misma. Si alguna vez, un cabeza de familia ha tenido un aspecto estupendo, realmente extraordinario, es cuando dirige su hogar en el servicio de Dios y preside entre los suyos en las cosas santas. Entonces se muestra digno de doble honra porque les enseña el buen conocimiento del Señor, es la boca de ellos ante Dios en la oración y los bendice en su Nombre. — Matthew Henry
Confío en que no haya nadie aquí, entre los presentes, que profese ser seguidor de Cristo y no practique también la oración en su familia. Tal vez no tengamos ningún mandamiento específico para ello, pero creemos que está tan de acuerdo con el Don y el espíritu del evangelio, y que el ejemplo de los santos lo recomienda tanto que descuidarlo sería una extraña incoherencia. Ahora bien, ¡cuántas veces se dirige esa adoración con familia con descuido! Se fija una hora inconveniente; alguien llama a la puerta, suena el timbre, llama un cliente y todo esto apresura al creyente que está de rodillas a levantarse a toda prisa para atender sus preocupaciones mundanas. Por supuesto, se pueden presentar numerosas excusas, pero el hecho sigue siendo el mismo: Hacerlo de este modo reprime la oración. — Charles Spurgeon
Ciertamente, la alabanza no es tan común en la oración familiar como otras formas de adoración. No todos nosotros podemos alabar a Dios en la familia uniéndonos en los cánticos porque no todos somos capaces de seguir una melodía, pero estaría bien si lográramos hacerlo. Coincido con Matthew Henry cuando afirma: “Aquellos que oran en familia hacen bien; los que oran y leen las Escrituras, mejor; pero los que oran, leen y cantan son los que mejor hacen”. En ese tipo de adoración familiar existe una completitud que se debería desear por encima de todo. — Charles Spurgeon
¡Bienaventurada la familia que se reúne cada mañana para orar! ¡Bienaventurados los que no permiten que la tarde acabe sin unirse en súplicas! Hermanos, desearía que fuera más habitual, que fuera universal, que todos los que profesan la fe cristiana tengan la costumbre de orar en familia. En ocasiones oímos hablar de hijos de padres cristianos que no crecen en el temor de Dios y se nos pregunta por qué han acabado tan mal. En muchos, muchísimos casos, me temo que existe un descuido tan grande de la adoración familiar que es muy poco probable que a los hijos les impresione ninguna piedad que, supuestamente, posean sus padres. — Charles Spurgeon
¡La oración familiar y el púlpito son los baluartes del protestantismo! Cuenta con ello porque cuando la piedad de la familia decaiga, la vida de la piedad también será muy baja. En Europa, a cualquier precio, teniendo en cuenta que la fe cristiana empezó con una familia creyente, deberíamos procurar la conversión de toda nuestra familia y mantener dentro de nuestros hogares la buena y santa práctica de la adoración familiar. — Charles Spurgeon
Foto por Aaron Burden en Unsplash, usado con permiso.