El Cuidado Espiritual
Cómo pastorear a otra persona
Las quejas vienen las quejas van, lastimosamente en muchas ocasiones estas se quedan enredadas en las cabezas de algunas personas, y hacen nido y “tienen crías”. ¿Por qué tanta queja? A pesar de que la Palabra de Dios nos invita a no quejarnos por nuestros pastores (Heb 13.17). La razón, es muy sencilla pero a la vez inquietante: la falta de cuidado espiritual constante y satisfactorio.
Ante esta inoperancia pastoral, ¿qué se puede hacer? ¿Existe alguna ayuda para que los pastores puedan cuidar de todas las ovejas? ¿Qué hacemos con la ovejas? Especialmente las heridas, las patiquebradas, etcétera. El presente artículo pretende responder a estas preguntas y a otras por medio del estudio y comentario de algunos factores que tienen que ser manifiestos en el cuidado pastoral.
1. La tarea de hacer santos (Gl 5.16-26; Hch 2.38, 39)
Al entrar a una iglesia, ¿qué me indica que esta se preocupa por «satisfacer necesidades» o por «pastorear personas»?
—No se puede vislumbrar esto de inmediato, pero yo no me fiaría de una iglesia que fuera demasiado atractiva, que prometiera mucho.
No me opongo en absoluto a que una iglesia busque todas las maneras posibles de ser escuchada. Eso algunas veces significa ayudar a personas a sacar a sus hijos del vicio de las drogas. Así que no estoy diciendo que no debemos responder a las necesidades de las personas, pero el meollo del asunto es «arrepentirse y seguir».
Si modifico «arrepentimiento» por «¿cómo puedo ayudarle a ordenar su vida?» me estoy alejando del evangelio. Si quito la parte de «seguir» y digo: «Averiguaremos cómo puede usted vivir su vida mejor según la manera en que usted la define», ¿quién necesita a Jesús?
De ahí que las personas vengan en busca de bendición y algunas veces lo más pastoral que se les puede ofrecer es corrección.
Yo llamaría a esto «formación espiritual». Estamos formando el carácter. Les indicamos a las personas cómo practicar ciertas cosas para que puedan arraigarlas en sus vidas, pero estas son bastante diferentes que las que ellos esperaban encontrar al venir a nosotros. La mayoría de las personas vienen a la iglesia con expectativas erróneas, generalmente no piensan en el arrepentimiento, en dejar de hacer algo que se ha vuelto habitual para ellos, y en seguir a Jesús en vez de a sí mismos.
A estas personas les enseño: «Jesús es una persona real, y ustedes necesitan seguirlo». Básicamente, estamos enseñando a las personas a orar.
¿Cómo lo hace usted?
Lo primero que les digo a estas personas es: «Búsquenme el domingo a las once de la mañana». Quiero superar la idea de que la oración es una actividad tipo «hágalo usted mismo». Trato de transmitir la sensación de la grandeza de la oración, de una iglesia que ora.
Luego me informo de la clase de vida que llevan. ¿Se despiertan en la mañana llenas de energía, o necesitan llegar a las diez de la mañana y tomar tres tazas de café para despertarse? Si estas personas son así, entonces no les voy a sugerir un tiempo de quietud matutina.
Las aliento a memorizar oraciones, a fin de que cuando no sientan ganas de orar siempre tengan oraciones para decir.
De alguna manera, quiero encontrar la forma en que las personas logren desconectarse de su rutina y tengan así un poco de silencio y soledad. Estoy dispuesto a trabajar con ellas para encontrar el modo de hacerlo, pero este es un trabajo a largo plazo. La mayor parte del trabajo pastoral lo es. No se trata de un programa que se implementa una vez y luego se da naturalmente. Se trata de una vida. Una vida de oración.
¿Qué significa pastorear a otra persona?
Comienzo con la convicción de que todo en el evangelio es «experimentable». Cualquiera que sea la situación de una persona, me digo a mí mismo: «esta persona puede experimentar el evangelio aquí. No tengo idea de cómo va a ocurrir, pero estoy dispuesto a pasar por lo que tenga que pasar y a no darme por vencido. Seguiré explicando el evangelio los domingos y seguiré siendo un compañero para esta persona los viernes».
¿Qué es lo que los líderes de la iglesia deben prometer a las personas en cuanto a lo que el evangelio ofrece?
No estoy seguro de que estemos en el oficio de prometer algo. Ese no fue nuestro llamado. Estamos llamados a ser testigos, a discipular a las personas, a dedicarnos a la formación de la espiritualidad en el carácter cristiano.
El evangelio implica o conlleva promesas, pero por lo general es tan diferente a lo que la gente espera que no lo ven como tal.
Nuestro trabajo fundamental es hacer santos. Estamos en el oficio de hacer santos. Si entramos en el del potencial humano, hemos perdido nuestro llamado.
2. ¿Sanado como para dirigir? (2 Co 4.7-12; 1 Ti 3)
Un hombre que había dejado a los testigos de Jehová se unió a nuestra congregación. Tres meses después de su conversión, su hija murió. Luego, la mujer con la que había estado saliendo terminó con él. Por último, su negocio se vino abajo y ahora es la mitad de lo que era.
Hoy, este hombre asiste a tres servicios cada fin de semana. Pareciera no estar nunca saciado de Dios. Todavía no está listo para asumir un liderazgo de importancia, pero está en camino hacia la sanidad, y algún día podrá ser un poderoso siervo y líder.
¿Cuándo será eso? No lo sé con exactitud. La meta no es que él se recupere lo suficiente como para que pueda continuar con el trabajo de la iglesia. Él es el verdadero trabajo de la iglesia, y a medida que su quebrantamiento sana, su potencial para el liderazgo crece. Es difícil determinar cuándo una persona quebrantada está en condiciones de dirigir. He aquí cinco pruebas para medir si alguien está listo:
A. ¿Es honesto consigo mismo? Es importante que las personas quebrantadas puedan reconocer que lo están. Este es el primer paso hacia la sanidad y, en consecuencia, hacia el liderazgo.
B. ¿Participa en su comunidad? La comunidad es esencial para el liderazgo bíblico. Si una persona no puede hacer amistades profundas que incluyan la responsabilidad, no está lista para dirigir en la iglesia.
C. ¿Trabaja anónimamente? Una persona no está lista para dirigir hasta que esté lista para desaparecer, para aceptar un cargo poco relevante y encontrarse bien en ese papel.
D. ¿Es flexible? Es de suma importancia que un líder potencial sea gentil y paciente con aquellos a quienes sirve.
E. ¿Es fiel en lo poco? Jesús dijo: «Si sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré». La disposición para dirigir es un proceso. Comienza meses y años antes, cuando a una persona se le pide hacer algo tan simple como repartir boletines. Una vez que su fidelidad ha sido comprobada, se le asigna otra actividad más demandante.
3. El cuidado efectivo viene de un alma auténtica (Sal 78.70-72)
El pastoreo no es una vocación con la que uno simplemente se topa. No es cuestión de despertarse una mañana y decir, «Me estoy cansando de lo que estoy haciendo. Necesito algo que sea un poquito más emocionante. Creo que me haré pastor».
No, existe un proceso intensamente personal por el que uno llega a ser pastor, por el que se transforma en una persona que pueda cuidar del rebaño de Dios de manera efectiva. No podemos eludir la obra que Dios desea hacer en nuestras almas primero, a fin de que seamos auténticos al alimentar y sostener las almas de otras personas. La vida de David muestra cuatro aspectos de la obra interna de Dios:
A. Llamado. Antes de que una persona elija un trabajo, Dios debe escoger a aquel que lo ha de llevar a cabo. «Eligió a David su siervo...» Nos estamos creando problemas si pasamos por encima del llamado de Dios, atraídos por el entusiasmo o encaprichados por la aventura. Mejor es ser precavidos. Sin embargo, si Dios nos provee las habilidades y nos hace un llamado, entonces debemos responder con prontitud.
B. Satisfacción. David aprendió los aspectos básicos del liderazgo en «los rediles». Practicó con ovejas antes de ser ascendido a cuidar de las personas.
Si me siento satisfecho con comenzar modestamente y soy fiel, Dios me llevará oportunamente al siguiente nivel de responsabilidad. Mi parte es la de servir dondequiera que Él me ponga y no acelerar el proceso.
C. Carácter. David dirigió y cuidó de otros con un corazón íntegro.
A la luz de las muchas fallas morales de David, ¿cómo podemos hablar de su integridad? Probablemente porque integridad no significa «perfección» sino «un todo», y viene de la misma raíz que forma la palabra íntegro. Integridad significa que no estamos fragmentados, que no estamos divididos diciendo una cosa y viviendo otra. David confesó al ser confrontado con sus errores. Las personas no pueden esperar tener líderes perfectos, pero sí merecen pastores íntegros.
D. Habilidad. Más allá del don innato para el liderazgo que Dios pone en una persona, las habilidades pueden aprenderse. Podemos llegar a ser más efectivos como líderes. Podemos agudizar nuestros métodos. David pastoreó al pueblo “con la pericia de sus manos”. Los líderes deben “velar por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta” (He. 13.17). Tan alta norma de responsabilidad debe llevarnos a invertir en capacitación para el liderazgo.
4. El cuidado de una persona difícil (1 Jn 4.7, 8; Col 3.12-14)
Una persona pasivo-agresiva parece amigable y ansiosa por participar en la iglesia hasta que le encomendamos una tarea importante. Luego, para nuestra sorpresa y confusión, esta persona «mete la pata» con mucha frecuencia. Este tipo de personalidad lleva dentro sentimientos negativos y se resiste a tratar sus problemas de manera abierta y saludable.
En vez de ello, la hostilidad escondida se torna en inacción o indecisión, falta de cooperación, y manipulación encubierta a otras personas. ¿Cómo trata un líder de iglesia a una personalidad tan frustrante?
A. Confronte. La confrontación firme disminuye nuestra vulnerabilidad ante las personas pasivo-agresivas y reduce nuestra frustración. Organice una reunión, y prepárese a ser persistente cuando una persona de estas características llegue tarde o falte del todo a la cita.
B. Identifique el patrón. Cuando logre reunirse con este tipo de persona, identifique lo que usted percibe que sucede en sus interacciones con él/ella, y luego invítelo/a a compartir su percepción de dichos eventos. Sea específico; dé ejemplos.
C. Sea dueño de sus sentimientos. Usted podría decirle: «En la primavera pasada le pedí que organizara algunos eventos para el verano en los que usted había expresado interés. Dichos eventos nunca tuvieron lugar. Y al fin y al cabo, me sentí decepcionado y molesto».
D. Sálgase del esquema. Aclare que usted prefiere evitar continuar con un patrón de relación que los deje a ambos sintiéndose culpables y frustrados. Si este tipo de persona quiere comprometerse en una actividad ministerial futura, pídale que establezca un sistema de responsabilidad que incremente la probabilidad de su éxito, como por ejemplo, una serie de fechas límite.
E. Haga a esta persona responsable de sus elecciones futuras. Invítela a expresar abiertamente su ira o temor. Escúchela, pero dígale también: «Sé que para mí es más cómodo ser directo con mis sentimientos, tal y como lo estoy siendo ahora con usted. De otro modo, estaría luchando con mi ira y terminaría sintiéndome culpable o simplemente evitando nuestra relación. Piense en lo que he dicho y hágame saber lo que piensa al respecto».
F. Haga un seguimiento de la confrontación y establezca límites claros, dependiendo de la respuesta (o lo que es más probable, de la no respuesta) que usted reciba.
6. Amando a aquellos que tal vez nunca mejoren (Stg 1.17; 3.9-12)
Casi todas las iglesias tienen entre sus miembros alguien del tipo CHEN. CHEN son las siglas de: «crónicamente heridos y en necesidad».
Todo CHEN está, en primer lugar, profundamente herido. Traumatizados por el abuso, el abandono, o la disfunción familiar, los CHEN van arrastrándose por la vida. Sus heridas son reales, aunque desarrollan métodos contraproducentes en su búsqueda de sanidad.
En segundo lugar, los CHEN están siempre necesitados, así que «viven» en la iglesia. Se aferran a ella. Si son ignorados, quizá se vuelvan hoscos o hagan una nueva crisis, todo para que sus necesidades sean enfocadas de nuevo. En tercer lugar, se trata por lo general de una condición crónica, que carece de una solución rápida.
¿Cómo podemos ministrar a estas personas sin sentirnos crónicamente cansados y agotados?
A. Practique la aceptación a la manera de Cristo. A menudo, los miembros más saludables de la iglesia hablan mal o reniegan de los CHEN. Pero no puedo imaginar a Jesús hablando mal de aquellos leprosos crónicamente heridos, o renegando de aquel endemoniado gadareno en increíble necesidad. Cristo los aceptó. Todo CHEN lleva una herida dolorosa en el alma.
B. Exprese claramente los límites. El trabajar con personas me ha llevado a establecer tres principios con relación al establecimiento de límites:
1. Yo debo tomar la iniciativa. Si no lo hago, una persona CHEN inocentemente asumirá que siempre estoy a su disposición.
2. Los límites deben ser específicos, definiendo claramente cuándo y dónde estaré a disposición.
3. Debo expresar los límites con palabras gentiles y luego mantenerme en mi posición con amor. De ese modo puedo alentar a los CHEN a que se levanten y reciban la sanidad que sólo Cristo puede dar.
C. Busque el servicio, no el «éxito». El ministrar a los CHEN involucra estar abierto al fracaso. Puede que siga todos los pasos correctos y aun así no vea frutos. Estamos llamados a servir, no a tener éxito.
D. Aliente el crecimiento espiritual. Me gusta apoyar los pequeños avances de crecimiento espiritual haciendo dos preguntas simples:
¿Qué metas le gustaría establecer?
¿Qué dones le gustaría compartir?
Asumo que con el tiempo, incluso las personas profundamente heridas pueden compartir dones con la congregación.
E. Conéctese con otros recursos. No puedo hacer todo por una persona CHEN. Este simple hecho me obliga a buscar colaboración de otros recursos.
F. Siga llevándolos a Jesús. La oración de sanidad (o de «llevar a las personas a Jesús») no ofrece una solución inmediata. No evita el proceso de un crecimiento lento y constante, ni elimina la necesidad de aceptación, de aliento, de límites, etc. Algunas veces, la oración de sanidad simplemente reorienta a los CHEN hacia la fuente de sanidad apropiada: Cristo. Luego, como David, ellos pueden llegar a ser continuamente transformados y llenos de esperanza.
6. Ayudando a los heridos para que ayuden a otros (1 P 5.2-5; Lam 3.22, 33)
Una mujer, cuyo esposo la abandonó recientemente, ha comenzado a asistir a nuestra iglesia. En medio de su dolor está buscando anclas emocionales que la ayuden a recobrar el equilibrio. Ella sabe cómo ministrar a las personas, pues tiene antecedentes ministeriales; sólo que no sabe cómo hacerlo en medio de su dolor y confusión.
Todo seguidor de Cristo se encuentra en un proceso continuo de restauración; todos estamos arruinados y necesitamos de la sanidad de Dios. Pero en ciertas etapas de nuestro quebrantamiento, no podemos servir a otros. ¿Cómo puedo ayudar a esta mujer para que vuelva al liderazgo? Este proceso lo veo en cuatro etapas:
A. Amor, sin mucho consejo. Los desastres por lo general llevan a una persona a preguntarse: «¿Acaso hay alguien que se preocupe por mí?» Así que yo comienzo diciendo: «Me preocupo por ti, y Dios también».
B. Invite a las personas a tener «participaciones pequeñas». Estas no requieren de mucha fortaleza emocional ni ponen a las personas en peligro. Tampoco será un gran desastre si las personas no pueden terminar el trabajo encomendado. El servicio puede ser tan simple como cortar figuras de papel para el programa de niños, o unirse a una cuadrilla para cortar un árbol que se cayó durante un ventarrón.
C. Ayude a las personas a comprender su profundo dolor por lo que les pasó. Si son muy sensibles, no les puedo decir: «Oye, supéralo. No fue nada del otro mundo». Lo que en la «escala emocional de Richter» marca 2.0 para una persona, puede marcar 9.0 para otra que tiene un alma más sensible. Trato de ayudar a estas personas a que acepten que no hay nada de malo en los sentimientos profundos. De hecho, así es como Dios las ha creado.
D. Dé la bienvenida a las personas que regresan a un servicio de mayor envergadura y concédale el permiso de llevar consigo sus magulladuras. Hablando espiritualmente, me gusta encontrar una persona con un brazo roto a fin de que trabaje con alguien que tiene una pierna rota.
7. Cómo marcar la diferencia en la vida de otra persona (Ro 15.1, 2; 1 Ti 6.20, 21).
La relación de mentor es básicamente una amistad. He aquí varios aspectos que nos ayudarán a desarrollar relaciones significativas con aquellos de quienes somos mentores:
A. Crear encuentros. No podemos ser mentores a menos que tengamos contacto con las personas. Los retiros de la iglesia pueden abrir puertas para conocer gente. Podemos observar especialmente a aquellos que hacen el esfuerzo de venir a hablar con nosotros como resultado de esos encuentros.
B. Entrar gradualmente en la relación. No podemos simplemente informarle a un posible candidato: «Soy tu mentor. Voy a moldear tu vida». En vez de ello, tenemos que enviar señales que le indiquen a esa persona que su vida estará segura si nosotros la moldeamos, porque al final es ella quien tiene que solicitarnos que seamos su mentor.
C. Ofrecer contactos regulares. Rara vez el trabajo de mentor es una relación intensa y organizada. No necesariamente tendremos una lista de gente para contactar cada semana. Es más una interacción natural con las personas cada vez que tenemos la oportunidad de verlas. Sin embargo, tenemos que hacer el esfuerzo de mantenernos en contacto; queremos darles oportunidad para presentarse ante nosotros, y que nos digan cómo les va, qué están pensando.
Algunas veces es beneficioso organizar actividades para que las personas se contacten con nosotros.
D. Salir gradualmente de la relación. El ser mentor no es como una relación terapéutica: no se trata de siete semanas de sesiones, que luego terminan. El ser mentor es más una relación continua y altamente flexible en la que contactamos a otro ser humano, posiblemente por el resto de nuestras vidas.
Sin embargo, existen diferentes niveles de relación y, con el tiempo, una relación intensa dará paso a reuniones menos regulares y menos frecuentes. Por ejemplo, si yo tengo una buena relación como mentor, aun si no he visto a la persona durante meses, puedo poner nuestra relación al día en cuestión de minutos. Rápidamente sé lo que la persona está pensando, hacia dónde se está desarrollando, y qué heridas tiene.
El cuidado espiritual requiere esfuerzo, dedicación, perseverancia, paciencia, vocación, y ante todo, dejarse guiar por el Pastor de los pastores. Si todavía no lo hace con eficacia, es tiempo de cambiar.
Tomado y adaptado del Manual de Formación de Líderes, Publicado por Desarrollo Cristiano Internacional, 1999. Usado con permiso.
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