¿Qué le dice la parábola del Sembrador al evangelizador desanimado?
Por William Barclay
NO HAY QUE DESESPERAR Mateo 13:1-9, 18-23
Dijimos que esta parábola tenía un doble impacto. Ya hemos mirado al impacto que estaba diseñada para hacer en los que oyen la Palabra. Pero también estaba diseñada para hacer un impacto en los que predican la Palabra. No solo se pretendía que les dijera algo a las multitudes que formaban la audiencia; también al círculo más íntimo de los discípulos. No es difícil ver que a veces debe de haber habido en los corazones de los discípulos un cierto desaliento. Para ellos Jesús lo era todo, el más sabio y el mas poderoso. Pero, humanamente hablando, tenía poco éxito. Se Le estaban cerrando las puertas de la sinagoga.
Los representantes de la religión oficial eran Sus mas severos críticos, y no podía caber duda que estaban organizando Su destrucción. Cierto que las multitudes venían a escucharle; pero había tan pocos realmente cambiados, y tantos que acudían solo a cosechar los beneficios de Su poder sanador y que, cuando lo habían recibido, se marchaban y olvidaban. Había tantos que venían a Jesús solo por lo que pudieran recibir. Los discípulos se encontraban cara a cara con una situación en la que parecía que Jesús no suscitaba más que la hostilidad de los dirigentes de la iglesia, y nada más que una respuesta evanescente en las multitudes. No es nada sorprendente que hubiera a veces una profunda desilusión en los corazones de los discípulos.
¿Qué le dice esta parábola al predicador desanimado? La lección está clara: la cosecha es segura. Para los predicadores de la Palabra que estén desanimados la lección está en el clímax de la parábola, en la descripción de la semilla que produjo una cosecha abundante. Algo de la semilla puede que caiga al borde del sendero y se la lleven los pájaros; algo de la semilla puede que caiga en la tierra superficial, y no llegue a madurar; algo de la semilla puede que caiga entre espinos que la ahoguen; pero, a pesar de todo, llega la cosecha. Ningún labrador espera que den fruto todos las semillas que siembra. Sabe muy bien que algunas se las llevará el viento, y otras caerán en lugares donde no podrán crecer; pero eso no hace que deje de sembrar. Ni qué desespere de la cosecha.
El labrador siembra con la confianza de que, aunque parte de la semilla se malogre, sin embargo es seguro que la cosecha llegará. Así que esta es una parábola de aliento para los que siembran la semilla del Evangelio. Cuando alguien siembra la Palabra, no sabe el efecto que está haciendo la semilla.
H. L. Gee cuenta lo siguiente. En la iglesia de la que era miembro había un anciano solitario, el viejo Thomas. Había sobrevivido a todos sus amigos, y ya casi nadie le conocía. Cuando murió, Gee tenía la impresión de que no iría nadie al entierro, así que decidió ir él para que hubiera por lo menos uno que acompañara al viejecillo a su última morada en la tierra. No fue nadie más, y hacía un tiempo frío y desapacible. El funeral llegó al cementerio; y a la puerta había un soldado esperando. Era un oficial, pero no llevaba galones en la bocamanga ni en los hombros. Estuvo cerca de la tumba para la ceremonia; y cuando terminó se acercó hasta el borde y le brindó un saludo militar digno de un rey. H. L. Gee se retiró con el soldado; y, cuando iban andando, el viento abrió el abrigo del militar mostrando las estrellas de general de brigada. El general le contó a Gee: " Usted tal vez estará preguntándose qué estoy yo haciendo aquí. Hace años Thomas era mi profesor de escuela dominical. Yo era un chico difícil, y se lo hacía pasar muy mal. Él no supo nunca lo mucho que había hecho por mi; pero yo le debo todo lo que soy o llegaré a ser al viejo Thomas, y hoy tenía que venir a saludarle al fin.» Thomas no supo nunca el resultado de su siembra. Ningún predicador o maestro lo sabe nunca.
Nuestra misión es sembrar la semilla, y dejarle a Dios el resto. Cuando uno siembra, no puede esperar resultados rápidos. La, naturaleza no tiene prisa en sus crecimientos. La bellota necesita mucho tiempo para hacerse encina; y la semilla de la Palabra puede que tarde mucho tiempo en germinar en el corazón de una persona. Pero a menudo una palabra que se ha dejado caer en el corazón de un niño sigue latente hasta que un buen día despierta y le salva en alguna gran tentación o a su alma de la muerte. Vivimos en una edad que espera siempre resultados rápidos; pero en la siembra de la semilla debemos tener paciencia y esperanza, y a veces darle años a la cosecha para que grane.
Usado con el permiso de CLIE, del Comentario de San Mateo de William Barclay www.clie.es