Tiempo de llorar y tiempos de reír

pexels-andrea-piacquadio-3772618.jpg

por Randall Wittig

¡Qué lleno está el ministerio de tiempos de llorar y tiempos de reír! Hay veces que no sabemos si debemos llorar o reír… hay otras en que reímos para no llorar.

¡Cuánto anhelo por ese día en que no habrá más lágrimas, ni dolor, ni injusticias! Mientras tanto, ansío poder vivir el día de hoy en la dicotomía de llorar con el dolor de otros y de gozarme en el Señor y en las pruebas.

Me reconforta el hecho de pensar que Jesús haya llorado frente a la tumba de Lázaro, aun sabiendo que iba a resucitarlo. También me reconforta el que, siendo El perfecto, fuese “varón de dolores, experimentado en quebranto” y que se angustiara ante su propia muerte.

Todo esto, tal vez, me ayude a entender que en verdad la lucha que tenemos con el sufrimiento, el dolor y la incomprensión, es real y dolorosa. Cuando no tengo palabras para los padres de un niño que muere, me reconforta pensar que hubiera sido mejor que los amigos de Job hubiesen callado, en vez de hablar.

Por otro lado, temo hablar con clichés súper espirituales que sólo traen más dolor al que sufre. Y temo ver que mi corazón se endurezca frente a los problemas de otros, con tal de evitar sentir el dolor ajeno.

Por sobre todo, encuentro más reconfortante aun ver a Dios hablando con Job, sin darle una respuesta para sus problemas y cuestionamientos. En cambio, lo lleva a ver su propia soberanía, su sabiduría y perfección. Quizá sea precisamente en los momentos de dolor cuando somos humillados, tanto el que sufre como los que lo acompañan; esa humillación de no tener respuestas, o por estar fuera de nuestro alcance la solución a una determinada situación… Y es justamente allí que encontramos, a través de esa impotencia, que la solución sólo pertenece a nuestro Dios. A Él debemos mirar y sólo en Él esperar. Al elevar nuestra mirada de nuestra propia situación veremos su magnificencia y cuanto más oscura sea la noche, más podremos apreciar la belleza de las estrellas.

La capacidad de llorar es la misma que la de reír. Pensar en que Dios se ríe en los cielos (Sal. 2.4) tal vez nos lleve a reímos un poco más. Cuando medito en el Salmo 2, siempre recuerdo a Ricardo, un chico de tres años que una vez se enojó en la Escuela Dominical porque no le dejé sacar un juguete de otro niño. Se enojó y trató de darme puntapiés, pero con una mano sobre su cabeza, lo mantuve a una distancia suficiente; sus manos y pies no llegaron a tocarme. Dios se ríe en los cielos de los intentos del hombre que con furia se levanta, sólo para encontrar que no puede tocar realmente a Dios.

Nos hace bien reír, al ver la vida a través de los ojos de Dios, al verle cambiar el mal en bien para los que lo aman. ¿Es que no podemos ver a Dios riéndose del Diablo, cuando éste creía que gozaba en su aparente victoria al tener a Jesús crucificado? Me maravillo al pensar que por la muerte del Salvador haya salvación eterna. ¡Qué grandioso!

También imagino la alegría del Diablo al tener a Pablo encarcelado, sólo para terminar luego en la desesperación al ver al carcelero convertirse. Y cuando intenta silenciar al apóstol otra vez, echándolo en la cárcel, termina siendo ese el lugar donde éste recibió inspiración para los escritos que llegan hasta nosotros hoy.

Llorar y reír… No dejes de llorar y reír. Pero también ora para que tengas un corazón que llore con los que lloran y ojos que puedan ver la gloria, magnificencia, sabiduría y poder del Señor, nuestro Dios, resultando en gozo y paz, «El que mora en los cielos se reirá» (Sal 2:4a).

¡Adelante!

Foto por Andrea Piacquadio en unsplash

Previous
Previous

Humor 3

Next
Next

¿Qué pasó con las siete iglesias del Apocalipsis?