Prácticos para ayudar en la perdida de un ser querido.
La crisis de la muerte….
Por Dr. Norman Wright
Un lunes por la mañana recibes una llamada de uno de los miembros del consejo de tu iglesia. Se encuentra bañado en lágrimas y apenas puedes entenderle. Pero a través de la conversación te enteras de que su esposa y su hija acaban de fallecer en un accidente de automóvil. Pide que vayas a verle. Tanto él como sus dos hijos más pequeños están en casa. Cuando partes para verlos, en tu mente se acumulan un sinfín de preguntas. Quisieras saber qué puedes decirle a este hombre. ¿Cómo puede, frente a la situación, cuidar los hijos, etcétera? ¿Cómo van a sobrellevar los hijos la pérdida de su madre? ¿Qué puedes esperar de ellos en la iglesia durante los próximos dos años? ¿Cómo pueden los otros miembros de tu congregación ayudar a estos seres desolados durante este tiempo?
Son preguntas que debes hacerte y que requieren respuestas concretas.
¿QUE ES LA MUERTE?
Las Escrituras tiene mucho que decir sobre la muerte. «Preciosa es a la vista del Señor la muerte de sus santos» (Sal. 116.15). «De la misma manera que está reservado a los hombres el morir una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9.27). «Enjugará Dios toda de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21.4).
¿Por qué tememos tanto a la muerte? El hombre moderno no quiere pensar en la muerte y rehúsa hablar de ella. Criticamos a los victorianos por su actitud hacia el sexo, pero no nos damos cuenta de que nuestra actitud ante la muerte es muy semejante a la del avestrucismo victoriano ante el sexo. Nuestra sociedad se ha abierto con respecto al sexo, pero se ha cerrado en lo referente a la muerte.
Cyris L. Sulzberger dice: «Los hombres temen a la muerte porque se niegan a entenderla».
Cuando hablamos de la muerte es esencial que definamos algunos términos que describen la pena y pérdida que nos acarrea y que con ella experimentamos.
—El duelo es el proceso que sigue a la pérdida, y de la cual la pena forma parte, pero se extiende más allá de las primeras reacciones a un período de reorganización, de búsqueda de una nueva identidad para volver a vincularse a nuevos intereses y personas.
—La pena es un sufrimiento emocional intenso motivado por una pérdida, desastre o desgracia.
La pena, expresada en lágrimas, es un sentimiento abrumador de pérdida, un deseo de estar solo y de restringir o eliminar los contacto sociales. Durante este período, algunos suelen hacerse preguntas sobre la sabiduría y amor de Dios. Los sentimientos de culpa son comunes. Reacciones como «¿Por qué no fue yo…?» son normales. «Si yo le hubiera tratado mejor, o si yo me hubiera ocupado antes, o si hubiese llamado a otro médico mejor, u otro hospital, esto no habría sucedido».
La primera respuesta es un shock devastador y anonadante, que se produce al recibir la noticia de la muerte. Este shock va seguido durante unos meses o más de un sufrimiento intenso y un sentimiento de soledad extrema. En ocasiones, durante el primero o segundo año se produce una estabilización de la mente y las emociones. Pero para la mayor parte de las personas el proceso de la pena puede durar hasta dos años.
¿Cómo reaccionamos ante el que se siente desolado? Normalmente oramos por él durante dos o tres semanas, y seguimos mostrándole un cierto interés en su problema, de forma tangible, durante dos o tres meses —como suele ser el envío de tarjetas, llamadas telefónicas o llevarle algo de comida—. Pero lo cierto es que en el momento en que más necesitan nuestro apoyo, por regla general, es cuando, creyendo erróneamente que ya nada podemos hacer, cesamos en nuestro ministerio. Lo ideal sería que la iglesia desarrollar un programa en el que se comprometieran a ministrar al que está desolado; familias podrían ejercer su ministerio donde el desolado se vería atendido por espacio de dos años en el proceso de su aflicción. Las tarjetas, las llamadas telefónicas, el incluirle e invitarle a las actividades familiares, el ayudarle a sentirse útil y productivo, y otras muchas cosas, son parte de nuestra expresión de interés.
Los estadios de aflicción por lo que atraviesa la persona son diversos, y pueden ser inmediatos o retardados. Pero lo importante es que reciba aliento de nuestra parte en cada uno de ellos y que mantengamos en mente el principio de que la ayuda en estos momentos es crucial.
PENA RETARDADA
Hay personas que tienen tendencia a retardar este período de pena, lo cual desemboca en una depresión. En lugar de sentirse tristes, se muestran apáticos y entumecidos. Por desgracia, hay iglesias en las que se enseña en exceso que hemos de pensar siempre de modo positivo, controlar nuestras emociones y dirigir nuestras vidas. Este tipo de enseñanza no ayuda a los que se sienten desolados.
El negar la pena es una respuesta poco afortunada. La técnica del avestruz o el tratar de convencernos de que no existe lo que en realidad existe, procurando sublimar los sentimientos, es un procedimiento peligroso. Al elevarse por encima de su propia aflicción y no admitir el sentirse dolido por la pérdida.
Y junto con la pena retardada es posible hallar también una cierta dosis de ira retardada. Esta debe ser admitida, identificada y expresada. Ayuda al afectado a que la acepte como normal. De otro modo, sus ataques de enojo pueden generarle un sentimiento excesivo de culpa.
La definición de Roy Fairchild sobre la pena retardada nos parece de los más acertado:
«El rehusar sentir duelo, es rehusar decir adiós a las personas, lugares u oportunidades perdidas, a la vitalidad, o todo aquello que hemos perdido o también que nos ha sido arrebatado, pues muchas personas religiosas ven en la pérdida un arrebatamiento como corrección e incluso como castigo. La pena genuina es una tristeza profunda, y el llanto expresa la aceptación de nuestra incapacidad de hacer nada para recuperar lo perdido. Es un preludio del admitir, de ser capaces de permitir, de ceder. Es un morir que precede a la resurrección.»
Otro problema con el que entrarás en contacto es una reacción anormal o patológica a la pena. La pena patológica se manifiesta de distintas formas. Y es vital poder identificarlas. El Dr. V.D. Josephthal, psiquiatras, identifican tres procesos que, en su criterio, son los que se esconden detrás de la pena patológica.
El primero es el conocido como splitting (partir, dividir), y se utiliza para ayudar a sobrevivir al trauma sin desmoronarse. Este se apoya, en realidad, sobre el mecanismo de negación, de modo que la persona afectada, pese a que sabe que la muerte ha tenido lugar, la ignora y sigue funcionando como si nada hubiera sucedido. Esta creencia irracional, no aceptando la realidad, ayuda a la persona a evitar el proceso de duel, lo cual, por desgracia, demora la recuperación.
Un segundo proceso, que es también una estrategia defensiva, es la interiorización. El afectado quiere evitar a toda costa el dolor de la pérdida. Por ello, trata de preservar la relación con el finado interiorizado creando una imagen interna de la persona, y objeto perdido, y centrándose en ella. Prefiere persistir en su propia realidad interna.
El tercer proceso es el llamado externalización, se utiliza como mecanismo para evadir el dolor de la pena. En este caso la persona se adhiere a algún objeto que este asociado con aquel ser que le falta. Se agarra de ello con el fin de mantener vivo al finado, que, en su obsesión, sobrevive en el objeto. Controla su duelo conservando este objeto, pero con esto, en realidad lo único que hace se demorar la pena, inevitable, y el proceso de duelo.
LOS ESTADIO DE LA PENA
Demos ahora una mirada rápida a las pautas o estadios normales de reacción que tienen lugar cuando una persona pierde a un ser querido:
Estadio 1: Shock y llanto
No debemos negar a la persona esta salida, puesto que es normal. Es un momento de dolor súbito. El shock o estado de estupefacción a veces protege al afecado del pleno impacto emocional de la tragedia. Algunos cristianos, equívocamente informados, hacen a veces en estos casos comentarios como los siguientes: «Deja de llorar. Después de todo, tu marido está ahora con el Señor». Tales comentarios no son útiles y muestran falta de sensibilidad. El Salmo 42.3 confirma: «Mis lágrimas han sido mi comida día y noche». Deja que la persona llore.
Estadio 2: Culpa
Es casi un fenómeno universal. Las afirmaciones del tipo «Si yo hubiera…», «¿Por qué no pasé más tiempo con él?», «¿Por qué no pasé más tiempo con él?», «¿Por qué no llamé a otro médico?», etc..
Estadio 3: Hostilidad
Ira hacia los médicos porque no han hecho más; ira contra el personal del hospital por no haber prestado mayor atención; ira contra la misma persona que ha muerte. Un esposo puede decir: «¿Por qué murió dejándome con los tres hijos para que los cuidara?» El afectado se siente abandonado. Incluso la ira puede ir dirigida hacia Dios por permitir que aquello sucediera. Trata de hacer entender al afectado que estas reacciones son totalmente normales.
Estadio 4: Actividad sin descanso
La persona desolada empieza una serie de actividades febriles, pero pierde interés y pasa de una a otra. Le es difícil regresar a sus rutinas normales.
Estadio 5: Las actividades corriente pierden importancia
Esto produce más depresión y sentimientos de soledad. Este sentimiento se agrava o disminuye según el grado en que compartía sus actividades con la persona fallecida.
Estadio 6: Identificación con el difunto
Puede darse el caso de que la persona afectada decida seguir y continuar los proyectos o trabajos del finado. El afectado empieza a hacer lo que hacía la otra y lo lleva a cabo según el estilo del que ha muerto. Si el marido se quejaba de la espalda, la esposa empieza a sentir dolor en su espalda. Pero eso es sólo parte del proceso de identificación.
Granger Westbergen, en su libro Good Grief, desarrolla en diez puntos estos seis etapas. Veamos a continuación cuáles son, en su criterio, los pasos que sigue en este caso una persona normal:
1.— Shock. Es la anestecia temporal de la persona, su escape breve de la realidad. ¿Cómo le ayudamos llegado a este punto? Permaneciendo cerca del afectado y siendo fácilmente accesibles para ayudarle. Pero no hay que impedir que él miso lleve a cabo lo que pueda hacer. Cuanto más pronto tome algunas decisiones y se enfrente con el problema de inmediato, mejor irán las cosas.
2.— Liberación emocional. Hay que alentar al afectado para que llore o hable en voz alta.
3.— Depresión y soledad. Hay que hacerse accesible a la persona y que sea consiente de que, tanto si ella lo acepta como si no, esto es solamente temporal.
4.— Ansiedad. Es posible que se produzcan algunos síntomas de ansiedad. Alguno puede tener su origen en emociones reprimidas.
5.— Pánico sobre uno mismo y sobre lo que puede traer el futuro. Eso puede ser debido a que la muerte está siempre presente en su mente.
6.— Culpa. Un sentimiento de culpa por la pérdida. La persona necesita poder hablar sobre estos sentimientos con otro.
7.— Hostilidad y resentimiento.
8.— Incapacidad para regresar a las actividades normales. Desgraciadamente, los amigos del que se siente desolado, por prudencia no acostumbran hablarle acerca del difunto. De hecho, la persona puede expresar gratitud hacia alguien que habla positivamente de su amado de esta manera. Se da cuenta de que los que están a su alrededor tiene mucho cuidado con lo que dicen, pero los recuerdos mencionados con franqueza son saludables.
9.— Esperanza. Gradualmente vuelve la esperanza. El rabino Liebman dice: «La melodía que el amado tocaba en el piano de tu vida jamás volverá a ser tocada de nuevo, pero no debemos cerrar el teclado con llave y dejar que se acumule el polvo sobre el instrumento. Hemos de buscar a otros artistas del espíritu, nuevos amigos que, gradualmente, vengan a ayudarnos a encontrar de nuevo el camino de la vida, que camine en él junto a nosotros».
10.— Consolación. El estadio final es la lucha para consolidar la realidad. Cuando alguien pasa por una experiencia de pena, se convierte en una persona diferente. Según la forma en que responda el individuo puede, incluso, ser más fuerte o más débil que antes.
Anteriormente hicimos mención del concepto de «proceso de pena». Dije que la persona necesita completar su proceso de pena. ¿Qué quiere decir esto? Dicho proceso implica: 1) emanciparse uno mismo del difunto (leer 2ª Sa. 12.23); 2) ajustarse a la vida sin el finado; 3) hacer nuevas relaciones y establecer nuevos vínculos.
Nuestra tendencia es, muchas veces, negar al afectado la oportunidad de sentir y expresar su pena. Supongamos que entramos en la casa de una viuda; la encontramos mirando fotografías de su marido, en la salita, llorando. ¿De qué forma reaccionamos generalmente a esto? Tal vez decimos: «Anda, vamos a hacer esto o aquello y procura sacarte esto de la cabeza». Pero sería mucho mejor que pudiéramos entrar en su mundo de pena, sentirla junto a ella, y quizás, incluso, llorar con ella. Romanos 12.15 nos exhorta a «llorar con los que lloran».
Las lágrimas son algo correcto, natural. Jesús lloró cuando le comunicaron la muerte de su amigo Lázaro (un sabiendo que ¡El mismo iba a dar a Lázaro un nuevo plazo antes de la muerte!). Llorar no significa ser culpable de una falta de fe, ni es un signo de falta de esperanza. El llorar es una parte natural del proceso de la aflicción».
EL SOBREVIVIR Y REEDIFICAR
Hemos de ver otro aspecto de la pena que es llamado el sobrevivir y reedificar. Como las mujeres viven más que los hombres, probablemente tendrás que ejercer tu ministerio con más viudas que viudos. Por tanto, vamos a referirnos a este estado en relación a la viudas.
El sobrevivir y reedificar implica tres períodos: 1) tender un puente con el pasado; 2) vivir el presente; y 3) hallar un camino hacia el futuro.
TENDER UN PUENTE CON EL PASADO
Aun con el dolor de la pérdida, durante los primeros días es necesario que la viuda tome decisiones de importancia. El entierro, los arreglos financieros y otros, deberían estar primariamente a cargo y bajo su responsabilidad.
Además tiene que funcionar en otras áreas. Debe ir a la tienda a comprar algo de comer, preparar las comidas, cuidar a los hijos, a la casa en general y, quizás, incluso funcionar en el. Es aquí donde tanto la familia como los amigos pueden prestarle mayor ayuda.
La primera tarea, en este período, es soltar los lazos con el marido muerto y empezar a aceptar el hecho de su defunción. Esto implica cortar los hilos de las experiencias compartidas con el marido y trasladarlas al reino de los recuerdos, lo que incluye aprender a usar la palabra «yo» en lugar de la palabra «nosotros».
VIVIR EL PRESENTE
El segundo período es vivir el presente. Después del entierro hay la necesidad de hacer un cambio en la estructura de la familia. Hay que arreglar papeles, o cambiar deberes y reasignarlos, a fin de que se puedan seguir realizando con normalidad las tareas cotidianas. Hay, también, necesidad de cambios en determinadas funciones. Los niños necesitan del apoyo y seguridad de su madre durante este período de pérdida del padre.
Una madre no puede hacer las funciones de madre y padre a la vez. Se va a desgastar si intenta cumplir al mismo tiempo ambos tipos de responsabilidad. Los pastores y consejeros deben ser muy cuidadosos con lo que dicen y recomiendan a la madre y a los niños en una ocasión como ésta. Afirmaciones como: «Ahora tendrá que asumir los papeles de madre y padre a la vez», no son sanas. El decir a un hijo que tendrá que ocupar el lugar de su padre y ser el hombre de la casa tampoco es apropiado
Los cambios de función van a afectar a todos. Y algunos de estos cambios serán inesperados, como el de que la viuda tenga que hacerse cargo de los pagos mensuales, revisar los estados de cuenta de los bancos, cuidar de las inversiones, el pago de las deudas, los problemas de los negocios, y otros.
La cuestión de los arreglos de la casa es crucial en este punto. En la casa puede haber tantos recuerdos que la esposa se vea forzada a tomar una decisión rápida, llegando a la conclusión de venderla y trasladarse. Tu consejo en ese momento puede ser importante. Debemos aconsejarla a que espere, si es posible, y que considere las consecuencias cuidadosamente, con calma.
Este período es la mejor ocasión para renunciar a viejos hábitos y establecer otros nuevos. Muchas viudas han relatado que sus lazos con los hijos se han hecho durante el mismo más fuertes. No hay que sorprenderse, sin embargo, de que se produzca conflictos por causa del testamento, posesiones o funciones familiares.
HALLAR UN CAMINO EN EL FUTURO
El tercer período es hallar un camino hacia el futuro. Durante dicho período la viuda adquiere estabilidad al funcionar de nuevo, y se va viendo a sí misma capaz de reorganizar su vida sin su cónyuge.
A partir de aquí procura hallar y desarrollar nuevas relaciones; no pretende reemplazar a su esposo, sino dar un nuevo enfoque a su propia, hallar un padre para sus hijos, aliviar la tensión económica, tener confort y la compañía que desea.
¿Qué podemos decir, o hacer, durante este período de pena?
1.— Empezar allí donde se halla la persona desconsolada, y no allí donde tú piensas que debería estar en ese punto de su vida. La viuda pude estar mucho más trastornada y deprimida de lo que tú crees que debiera estar.
2.— Clarifica, al hablar con ella, sus sentimientos. Esto puede hacerse al repetir sus palabras con las tuyas propias. Ayúdale a traer sus emociones a la superficie. Si la persona está deprimida, permanece a su lado y asegúrate que aquello pasará con el tiempo.
3.— Empatiza, siente lo que ella siente.
4.— Sé sensible con sus sentimientos y no hables demasiado. Joe Bayly da la siguiente sugerencia:
«La sensibilidad en presencia de la pena debería hacernos menos habladores y más atentos. «Lo lamento» es sincero; «Me hago cargo de lo que siente», generalmente no lo es —aun cuando puedas haber experimentado la muerte de un ser con el que tenías la misma relación familiar como la persona que ahora está llorando—. Un brazo sobre el hombro, un firme apretón de manos, un beso, son las pruebas de pena suficientes y necesarias; nada de razonamientos lógicos».
5.— No uses garantías deficientes tales como: «Te vas a sentir mejor dentro de unos días», o «Con el tiempo te sentirás mejor». ¿Cómo lo sabes?
Recuerda que no debes dejar de ayudar a la persona demasiado pronto.
«Parece que, cuando empieza a disminuir el shock inicial, la persona desconsolada regresa a un estado de plena consciencia, como si se tratara de alguien que sale de un coma profundo. Los sentimientos vuelven ocasionalmente; pero mezclados con las amigos buenas vibraciones de estar vivo y alerta frente al miedo y el temor. Es precisamente en este momento en el que los amigos, dándose cuenta de que la persona afectada va recuperándose, cesan de orar, dejan de visitarla y paran de hacer aquellas pequeñas cosas y atenciones que tanto le puede ayudar. Hemos de corregir esta actitud. De hecho, hemos de encomendarla más al Señor durante los dos primeros años de pena que durante las dos primeras semanas».
De especial consideración es la muerte de un niño. Esta es, en la mayoría de los casos, la clase de muerte más difícil de soportar. El sentimiento de culpa que, con frecuencia, está presente, se transforma en acusaciones, y el matrimonio acaba desencajado. Como sea que los padres se sienten responsables del niño, se consideran también responsables de su muerte.
Es posible ayudar a los padres animándoles a hablar, de forma abierta y sincera, con los miembros del equipo médico que atendió a su hijo. Es muy importante que escuchen de labios de los propios doctores que se hizo todo lo humanamente posible, y que ellos no podían haber hecho más de los que hicieron como padres.
Por otra parte, necesitan expresar su pena abiertamente el uno frente al otro. Han de manifestar su tristeza ante los otros hijos, y aun ante los amigos. Hay que animar al padre especialmente a que se desahogue, que llore y comparta sus lágrimas con su esposa. Este no es el momento apropiado de aparentar hombría y de mostrarse estoico y con pleno control. Hay que ser sensible al hecho de que los101010 padres quieren hablar del hijo. Esto puede variar en el curso de tus visitas. En algunas comunidades existen grupos de apoyo para los padres que han perdido un hijo.
CUANDO SON LOS NIÑOS LOS APENADOS
Los niños no pasan por la experiencia de algunas perdidas típicas de los adultos, como pueden ser la pérdida del empleo, de poder, de categoría o de estado; pero sí sufren por la pérdida de un ser querido. Comprenden la muerte de diferentes formas, dependiendo de su desarrollo emocional y de la edad. Su proceso de pena, normalmente, es más largo que el de los adultos, debido a dos problemas.
Primero: el niño no siempre comprende el hecho de que la muerte es permanente, que la persona fallecida ha partido para no volver. Ni tampoco comprende, siempre, que debe desprenderse de los fuertes lazos emocionales que tenía con esta persona. Ello es aún más difícil si era una persona especialmente íntima, con un elevado nivel de dependencia.
Para el niño es particularmente difícil experimentar la muerte de uno de los padres, pues ha depositado en ellos casi todos sus sentimientos. Los adultos tiene cantidad de amistades y relaciones, pero en los niños no es así, y la pérdida de la mitad de su mundo.
¿En qué consiste el duelo de los niños? Un niño de más de dos años va a necesitar bastante ayuda para comprender lo que significa la muerte. Su proceso de negación, por regla general, es más largo e intenso que el de los adultos. Cuanto más pequeño es el niño, más probable es que intente negar el hecho de la muerte. También es posible que se comporte como si no hubiera sucedido nada.
A medida que el niño progresa en el proceso del duelo, es vital que se cubran sus necesidades físicas y emocionales. Esto le alivia el temor de que estas necesidades dejen a partir de ahora de ser satisfechas.
Recuerda que cuanto más joven sea el niño, más importante es que haya un padre sustituto a su disposición.
Es interesante saber que el sentimiento de culpa en este período de pena es más fuerte en el niño que en el adulto.
No solamente el sentimiento de culpa en los niños es más intenso que el de los adultos, sino que también lo es su desespero. Algunos niños tratan la pérdida retrayéndose, otros se vuelven rebeldes. La regresión a épocas anteriores de su desarrollo es bastante común, incluyendo la enuresis (orinarse en la cama) o el chuparse el dedo pulgar.
COMO AYUDAR AL NIÑO EN ESTADO DE DUELO
Hay diversas sugerencias específicas que se pueden seguir y comunicar a los padres, u otros, en el ministerio.
El niño que ha experimentado la muerte de un ser amado puede volverse muy sensible al hecho de separarse de adultos en los cuales confía y a quienes ama. Si el padre o madre que queda ha de dejar al niño durante un tiempo, este precisa de una explicación detallada respecto adónde va a ir el padre o madre, cuánto tiempo estará fuera, y lo que hará.
No hay que enviar al niño a otra parte inmediatamente después de una muerte. Podría entrarle pánico y preguntarse si va a poder regresar. Puede incluso llegar a creer que se le castiga por la muerte del miembro de la familia. Un niño necesita el ambiente familiar de su propia casa, su cama y sus juguetes.
El niño debería participar en los preparativos del funeral y entierro. El día del entierro puede ayudar de diversas formas: abriendo la puerta, limpiando la casa, cocinando o haciendo algo que le haga sentirse útil.
Asimismo, es necesario que reciba la información inmediatamente después de producirse la muerte. Debe tener la oportunidad de despedirse del padre o del hermano. Sin embargo, no hay que forzar al niño a asistir al entierro si él no quiere hacerlo. Necesita una explicación de lo que es y lo que significa, pero es él quien debe tomar su propia decisión de si ha de estar o no presente. Es posible que no esté preparado en ese momento, pero lo estará más tarde.
Los padres no deben esconder sus sentimientos a los niños después de la muerte. Las respuestas francas y sinceras pueden ayudarles en el proceso del duelo. Un padre puede explicar a su hijo que el muerto está en paz y, si era cristiano, se halla en la presencia de Dios. Y que su dolor se debe a la pérdida de una relación importante.
Frases como «se ha dormido», «está descansando» o «se ha ido» no debe utilizarse en modo alguno para describir la muerte al niño. Esto, además de no ser cierto, le crea mucha ansiedad.
No hay que pasar por alto el trastorno interior y los sentimientos que es posible experimente el niño. El hecho de conocer y responder a dichos sentimientos le ayuda a aceptarlos y resolverlos.
Cada niño requiere de una respuesta distinta y esto puede convertirse en una fuente de ansiedad para una fuente de ansiedad para un padre si no sabe cómo actuar. Algunos niños se adaptan bien a la muerte, pero otros pueden reaccionar como insensibles, algunos llenos de ira, y otros rebeldes.
Tomado de Como aconsejar en situaciones de crisis, por Dr. Norman Wright. ©1990 CLIE Condensado de capítulo 8. Se recomienda leer todo el capítulo y el libro. Usado con permiso de Editorial CLIE, https://www.clie.es
Foto por Rhodi Lopez en unsplash, usado