El trabajo del consejero frente al dolor

por Randall Wittig

Cómo aconsejamos se determina por lo que creemos. Así es, el contenido de nuestro consejo será en base al contenido de nuestra fe. Por eso es que nuestros conceptos acerca del dolor determinarán, en la práctica, qué haremos y diremos a las personas que tenemos delante nuestro.

Si uno cree que toda enfermedad debe y puede ser sanada aquí y ahora por la redención, la respuesta será diferente de la persona que cree que Dios sana, pero no siempre en esta vida. Por eso, antes de tocar asuntos prácticos veamos dos o tres cosas.

  El dolor duele, es real y profundo para quien lo tiene. No es aliviado por una explicación teológica sobre causas o valores. Como C.S. Lewis dijo: Todos los argumentos que intentan justificar el sufrimiento provocan resentimiento amargo en contra del autor. A usted le gustaría saber cómo me comporto cuando estoy experimentando dolor, no escribir libros sobre eso”. El mismo Lewis encontró que su excelente libro, “El problema del dolor”, no sanó su propio dolor cuando él se enfermó y cuando su querida esposa murió de cáncer.

 El sufrimiento no es bueno en sí. Dios, sin duda, lo usa y lo suele tomar en bien para su pueblo, pero en sí, el sufrimiento y el dolor no son buenos. El que sufre podrá recibir beneficios grandes por aceptar el sufrimiento en sumisión a Dios, pero ¡ay de aquél por quien viene la maldad! Como cristianos, sin duda debemos aliviar y prevenir el sufrimiento en todas las formas posibles.

 Dios no ha perdido el control a pesar de ver el mundo dominado por la maldad y el sufrimiento. Dios está usando el dolor. Cuando el hombre natural o camal ve el sufrimiento y la injusticia tiende a rechazar a Dios. Sin embargo, el cristiano maduro ve la gracia de Dios llegando al hombre, cambiando la maldad en valores eternos. El dolor hace que el hombre se dé cuenta que algo está equivocado. En nuestra anatomía, el sistema nervioso tiene la capacidad de causar dolor para avisarnos y hacemos concientes de un problema serio que necesita ser resuelto. En la misma forma el dolor emocional y espiritual grita que algo está mal, con necesidad de cambios. Cuánta más maldad hubiera sido hecha en el mundo si no hubiera sido por el dolor.

La sanidad a los efectos de la caída está claramente incluida en la redención que hay en la muerte de Cristo. Encontramos a Mateo interpretando literalmente a Isaías 53, respecto de los enfermos físicos y a Pedro aplicando el mismo pasaje en forma figurativa a la sanidad espiritual y de pecado. Romanos 8 enseña claramente que los efectos totales de la maldición serán levantados en la Segunda venida. Ahora sólo tenemos las primicias y aguardamos ansiosamente la redención total de nuestros cuerpos (vss. 18-30). En otras palabras, la sanidad total y completa es prometida únicamente en la resurrección del cuerpo en la Segunda venida de Cristo.

Necesitamos entender que Dios puede sanar en el presente y escoge sanar en algunos casos, pero que sus promesas de sanidad completa sólo están relacionadas al final de los tiempos. La raíz del error en el “evangelio de sanidad y prosperidad” está en buscar aplicar una “teología del futuro” en el presente. El enseñó una teología para aquí y ahora, que nos sostiene en tiempos difíciles, y nos da una esperanza viva para mañana. No podemos tomar para ahora lo que Dios sólo ha prometido en su plenitud para el futuro.

Sabiendo esto, oramos por los enfermos como nos enseña Santiago 5.14-15, como también esperamos, con ansias, ese día de resurrección, cuando la obra completa será hecha. Aquí en esta vida tendremos el gozo de ver a Dios sanar á algunos y dar gracia al alma de otros para ser perfeccionados en su debilidad. Creemos en el amor perfecto de Dios expresado hacia los dos. ¿Quién puede ser tan atrevido de juzgar que Dios fue más glorificado en la resurrección de Lázaro que en el doloroso martirio de Esteban o en el “abofeteamiento” de Pablo para que el poder de Cristo more en él?

Cuando renovamos nuestra confianza en Dios, cuando oramos y descansamos en El, estamos afirmando la sabiduría, la soberanía y el amor de Dios y expresamos la manifestación mejor de su gracia en cada situación. El nunca prometió una vida fácil, sin dolor, sin cruz. Al contrario, habla regularmente de tomar la cruz, de negarse a sí mismo, de evaluar los costos, de esforzarse, etc. El cielo en la tierra es un esperanza falsa; el ciclo sigue siendo la respuesta final y total.

En la respuesta correcta al dolor y aflicción hay gran ganancia. El carácter, y formación espiritual más profundos devienen del fuego de la prueba que purifica y desarrolla al hombre de Dios. (IPe. 1.5-7, Stgo. 1.2-4). Los padres hemos aprendido que hay momentos cuando es bueno dar el dulce al niño para alegrarlo, pero también hemos aprendido a no rendimos ante su capricho, a disciplinarlo para que llegue a ser más que un niño consentido. ¡Cómo sé molesta el padre cuando, después de disciplinar a su hijo, encuentra a la mucama o a la tía detrás de la puerta, consintiendo al niño y menguando el efecto de la disciplina. En la misma forma, como pastores de Dios, necesitamos cuidarnos de no ser insensibles a lo que Dios está queriendo lograr.

LECCIONES VITALES DEL LIBRO DE JOB PARA AYUDAR A LOS QUE SUFREN

Al escuchar a tantos que no fueron ayudados uno entiende por qué Dios incluyó el libro de Job en la Biblia. Tal vez justo fue incluido para enseñarnos qué sí y qué no hacer para ayudar al afligido.

“Ojalá callarais por completo, porque esto os fuera sabiduría” (13.5). “Escuchadme, y hablaré yo…” (13.13). “…pronto para oír, tardo para hablar…” (Stgo. 1.19)

Los afligidos necesitan de alguien dispuesto a escuchar. En cambio, frente al dolido parece que queda mal no decir nada, no dar alguna explicación o esperanza. El resultado es que hablamos cuando debemos escuchar. Las personas necesitan expresar su dolor, sus preguntas y sus quejas sin retos ni condenas, sin contestación. Los amigos de Job comenzaron bien (2.12,13), pero cuando Job comenzó a hablar (3) enseguida pensaron que debían contestar error n9 1. Job conocía las respuestas de ellos (12.2-3), lo que necesitaba era la respuesta y la gracia de Dios.

“Hasta cuándo angustiaréis mi alma, y me moleréis con palabras? Ya me habéis vituperado diez veces; ¿no os avergonzáis de injuriarme?” (19.2-3)

Es muy común insultar y perjudicar al que sufre. Estos “amigos” querían mostrar a toda costa que la razón era el pecado. “Debes examinar tu vida para ver por qué Dios te está disciplinando”. “Dios está tratando de llamar su atención a algo en tu vida o en tu familia”. “Debe haber algún pecado secreto que Dios desea rectificar, ¿por qué no lo confiesas?”

Doble cuidado debemos tener con una herida si no queremos agrandarla. Como golpes de espada son las palabras de quienes buscan “hacer justicia” condenando al prójimo. Son sabios los que han aprendido la doble virtud de no atacar ni defender a Dios frente al dolor.

“¡Oh, vosotros, mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí!” (19.21). Primordialmente, el que sufre necesita “compasión”. No lástima, condenación o respuestas super-espirituales sino compasión. “Compasión” expresa la idea de pasión con partida. El Buen Libro no dice dar respuestas al que llora sino “llorar con los que lloran”.

“Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien. Si te volvieres al Omnipotente, serás edificado” (Elifaz.22.21,23).

Algunos convierten la noche en día diciendo: “La luz está cerca” en presencia de las tinieblas. Quieren consolar diciendo que, de pronto, todo va a ser cambiado. Las falsas esperanzas son muchas, pero son humanas, no soluciones divinas. Estas, en la desilusión, se convierten en un nuevo dolor. “Antes de damos grandes bendiciones, Dios siempre nos hace sufrir”. “Seguramente pronto vas a recibir grandes bendiciones, por eso el Diablo está enojado”. “Con tan sólo que alabes a Dios, El cambiará tu situación”. “Antes de sanamos, nos prueba para ver si realmente creemos”, etc.

Su hijo mayor se estaba muriendo cuando el pastor visitó a Carlos y María. Después de explicarles que Dios estaba usando esto para llevarles al arrepentimiento, el pastor les prometió que, con su arrepentimiento y entrega a Cristo, su hijo se sanaría.

Con gran arrepentimiento y fe siguieron las indicaciones del pastor y creyeron sus palabras. Esa misma noche empeoró el hijo y murió. Al escuchar la noticia, el padre tuvo un infarto y permaneció al borde de la muerte por varias horas: una vez más la falsa tesis de Elifaz quedaba al descubierto.

Dejemos de usar esa falacia que puede ser una trampa que se vuelve contra nosotros. Cuando el sufrimiento es producido por rebeldía puede ser que, en el arrepentimiento, el sufrimiento sea sacado; sin embargo, es simplificar las cosas y mostrar ignorancia de las Escrituras el pensar que todo sufrimiento se resuelve por arrepentimiento.

“No debes preguntar el por qué”. ¿Por qué no? ¿Quién dijo eso? Dios no condenó a Job por sus muchas preguntas, sus dudas o por el deseo de contestación”;

En el dolor, es sano y hasta necesario el preguntar “¿por qué?”. En algunas ocasiones la respuesta sí apuntara a nuestro pecado, el que debemos confesar y apartamos de nuestro mal camino. Otras veces veremos que estamos siendo perseguidos por causa de la justicia. Sabiendo eso, sabremos cómo responder correctamente. Otras veces la respuesta será “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.

Tu boca te condenara, y no yo; y tus labios testificarán contra ti”. (Elifaz,15.6).

Cuánto mal hizo Elifaz al ser tan literal con Job. Necesitamos escuchar el dolor detrás de las palabras y no condenar a las personas por sus palabras. En cuántas ocasiones he caído en eso de escuchar las palabras doloridas y duras de una persona en crisis y atacar sus “actitudes incorrectas” evidenciadas, supuestamente, por sus palabras. No vamos a justificar ni las actitudes ni las palabras incorrectas, pero cuando una persona está dolida, primero vamos a llorar con ella y consolarla.

Una persona en dolor físico o emocional puede decir cualquier disparate y no necesariamente reflejar la realidad de lo que realmente piensa y cree. En esas ocasiones necesitamos ejercitar dominio propio y mantener nuestra boca callada. Sólo cuando vemos que las actitudes incorrectas permanecen por largo tiempo, entonces debemos encararlas.

“Entonces respondió Jehová a Job…” (Job 38.1)

Sólo en la respuesta de Dios hay paz. Job no la encontró al ser restaurado en su salud y prosperidad sino mientras que estaba en su situación miserable.

Dios había venido a él, y él había respondido en reconocimiento de sus limitaciones y de la grandeza de Dios. No hacía más preguntas sino que veía a Dios con sus propios ojos, quedando retraído, arrepentido, sujeto a Dios. Como consecuencia, estaba a su voluntad. Sólo Dios puede dar al sufriente esa palabra, ese conocimiento acerca de El mismo, que nos ayuda a aceptar gustosamente el dolor, la debilidad, la angustia. Dios es el Padre de misericordias y Dios de toda consolación (2 Co. 1.3).

Hay un profundo misterio en el sufrimiento más allá de la comprensión humana. Sin embargo, la revelación de Dios y el camino de sumisión es la vía a la paz.

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4.16).

PARTICIPANTES EN EL CONSUELO DE DIOS

Algunas sugerencias para cómo aconsejar

Debemos dar la respuesta correcta, aunque no sea final y completa. “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios” (Is. 50.10).

Observe que es posible temer a Jehová y obedecer la Palabra de Dios en medio de un tiempo de tinieblas y carencia de luz. Las historias de los grandes hombres de fe muestran que todos pasaron por momentos de grandes problemas que no entendían, donde no recibían por un tiempo respuesta de Dios. Muchos de los salmos de David fueron escritos en momentos así. Encontramos a Jeremías llorando, lo mismo que a Spurgeon, A.B. Simpson y tantos otros, pasando sus noches y valles profundos.

La respuesta correcta es: “Confíe en el nombre de Jehová y apóyese en su Dios”. No es completa en sentido humano, no contesta las preguntas ni da las respuestas a los problemas en la forma instantánea en que humanamente se espera, pero es la respuesta correcta…. “Confíe y apóyese”.

No debemos inventar una respuesta. El próximo versículo (Is. 50.11) ataca la tendencia humana de “hacerse luz” y rodearse con teas. En otras palabras, proveer humanamente luz y respuestas para la oscuridad. Como humanos sentimos que debemos responder a los problemas y necesidades de otros. Sin embargo, será una maldición el fabricar nosotros la luz. Necesitamos aprender a no tener que contestar toda pregunta ni dificultad. Dios es omnisciente, no nosotros. Aun siendo siervos del Señor no tenemos todas las soluciones en muchas áreas. El ha reservado la respuesta y la da cuando El así lo quiere.

La madurez viene por la prueba, el ejercicio y el estímulo. Dios quiere hacernos crecer, por lo que nos somete a las situaciones necesarias. El fabricar nuestra luz puede interferir con el plan de Dios.

• Buscar, en meditación de la Palabra, la sabiduría de Dios. “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios.

Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no me revelé, ni me volví atrás”. (Is. 50.4,5)

Aunque hay áreas reservadas para Dios, a través de las Escrituras y de la historia, Dios nos muestra que ha usado en miles de casos a sus siervos para dar ayuda y consuelo divino y apropiado. Está implícito en el texto de Isaías que el siervo del Señor tiene una relación profunda con Dios. Las respuestas públicas vienen de nuestro tiempo privado con El.

Las causas del sufrimiento pueden ser muchas. Proverbios habla mucho del que simplifica en la vida. Es considerado como un necio, una persona que le falta sabiduría y conocimiento de la vida y de Dios.

La persona que atribuye el sufrimiento a sólo una causa es simplista, le falta sabiduría.

“En cambio el espiritual juzga todas las cosas” (1 Co. 2.15). Hay mucho sufrimiento que puede ser resuelto en esta vida. En muchos casos será nuestro privilegio ser el instrumento que Dios usa para ayudar a la persona. Una de las claves es poder juzgar o discernir lo que Dios está tratando de lograr en la situación y poder participar en el proceso.

Vemos en las epístolas muchos pasajes para dar el consejo apropiado en diferentes situaciones. Qué importante que los estudiemos y nos impregnemos con los consejos de Dios para cada situación.

Debemos orar y ser sensibles al Espíritu para poder identificar el papel que Dios desea que tengamos en el problema. Necesitamos aprender los tiempos de Dios. Muchas veces El tarda en resolver una situación temporal a fin de agrandar su valor eterno. Por un lado, debemos ser el sacerdote que intercede delante de Dios por la persona, por el otro lado un instrumento obediente a los impulsos de Dios, esperando en El.

Amar a la persona en la forma que la persona necesita. Recuerdo a Mariana, muy enferma, ya pensando en su muerte. Muchos pasaron por su recámara para animarle y hablar con ella. Cada uno era una carga y sólo añadían aflicción. Ella estaba luchando interiormente y necesitaba silencio; no palabras, no clichés religiosos, ni exhortaciones, etc.

Al fin un amigo entró, la miró, y sin pronunciar palabra fue y se sentó en un sillón al pie de la cama. Cerró sus ojos y empezó a orar en voz baja. Fueron pasando los minutos hasta completar cerca de una hora. Luego abrió sus ojos y la miró. Se levantó y se fue sin haber dicho una palabra. Mariana contó que esa visita fue como un ángel del cielo para ella. En esa hora había ganado la batalla interior y sabía que su amigo había estado batallando con ella en oración. Su amigo había sido sensible a su necesidad interior y la había amado eficazmente. Gracias a Dios, Mariana se recuperó.

Otra señora contó que, cuando perdió a su hijo, muchos de sus amigos decían cosas como “Dios lo permitió seguramente para cuidarlo de algún mal más grande”, etc. Sin embargo, hubo un hombre que tomó sus dos manos en las suyas y la miró un largo rato en los ojos con gran tristeza. No dijo una palabra, pero la señora se sintió comprendida.

El dolor y el sufrimiento son procesos y requieren un proceso. Una de las lecciones más importantes para aprender en relación a las personas que sufren es que pasan diferentes etapas y reacciones, según la clase de aflicción y personalidad.

Inicialmente está el shock inicial, luego la negación, la ira, después la negociación con Dios y/o otros, la depresión cuando no encuentra ayuda y el proceso lento de aceptación con adaptación a una nueva forma de vivir.

Las etapas varían en cada persona, en tiempo, profundidad y resolución. Lo importante es acompañar a la persona a través del proceso, dándole tiempo y ayuda necesarios para resolver cada etapa.

Ayuda práctica para necesidades cotidianas. El año pasado mi esposa tuvo que guardar reposo absoluto por un severo caso de hepatitis. Fue de gran bendición para ella y para nuestra familia la ayuda recibida durante todo el tiempo por las familias de la iglesia. Todas las comidas eran preparadas y entregadas a tiempo, la limpieza de la casa y de la ropa fue hecha con cuidado y amor. Era emocionante para todos nosotros y nos ayudó en un momento difícil. Fue la ayuda no de un día sino de semanas; no es fácil, pero sí importante. La viuda no deja de serlo un mes después de la tragedia. Seguirá necesitando ayuda por mucho tiempo más.

Se deben resolver los dolores y problemas posibles. Si son necesarios algunos cambios, debemos entonces hacerlos. Muchos sufren innecesariamente y muchas aflicciones pueden resolverse a través de los recursos de Dios o los medios que Él nos ha dado previamente.

Para ayudar en estos casos necesitamos buscar el “por que” la persona no busca salir de su situación. Las causas son múltiples pero si no son encontradas y resueltas nunca aliviarán la aflicción en que están. Hay quienes se auto castigan por algún pecado escondido, otras por orgullo, por no estar dispuesto a hacer ciertas tareas o a humillarse y pedir perdón o solicitar la ayuda de otro. Recuerdo cierto día, escuchando la queja de una familia acerca de que su casa se inundaba cada vez que llovía fuerte. Ellos se quejaban al municipio pero no había respuesta. Vivían sobre una calle de tierra, en la parte de abajo de una pendiente. “¿Por qué no hace un canal en frente de su casa para apartar el agua?”, le pregunté. Debió inundarse su casa otra vez antes de que estuviera dispuesto a hacer él el trabajo. Era más fácil pedir que el municipio lo hiciera.

Algunos matrimonios con muchos hijos se quejan de que el gobierno o la iglesia no les ayuda con la alimentación o salud de sus hijos, pero no implementan los cuidados necesarios y siguen trayendo niños al mundo.

En la vida hay muchas cosas que Dios espera que nosotros hagamos para cambiar o mejorar situaciones. Como siervos del Señor necesitamos ayudar a la gente a hacer su parte.

Debemos usar todos los medios de gracia que Dios provee, sin abusar de ellos. Rara vez sufro dolores de cabeza. Sin embargo, he aprendido que cuando los tengo es por insuficiencia de sueño o tensiones por problemas no resueltos. Analizo en oración la situación para ver cuál es la causa. Si es por falta de descanso, tomo una aspirina (con gratitud al Señor por ella) y decido cambiar mi horario para poder descansar más. En este caso, el dolor de cabeza es un don de Dios para avisarme que necesito revisar mi agenda. Tomar la aspirina sin cambiar mi horario sería no tomar en serio el aviso de Dios.

Dios ha provisto muchos elementos para vivir hasta que El reestablezca la perfección, y el consejero cristiano deberá mostrarlos al que sufre y ayudarlo a usarlos.


Usado con permiso: Apuntes Pastorales Volumen VI Número 4

Foto por Tom Pumford en Unsplash

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