El no entraría — el hermano enojado
Por F. B. Meyer
Lucas 15:28 “Y él se enojó y no quiso entrar; por eso salió su padre y le suplicó”.
El hermano mayor es el oscuro contraste que realza la brillante imagen del pródigo arrepentido; como lo hace la gárgola, la belleza de los rostros de los ángeles en el frente de la catedral. Cuando miramos el pecado, no en sus aspectos teológicos, sino en su ropa cotidiana, encontramos que se divide en dos clases. Encontramos que hay pecados del cuerpo y pecados del carácter; o, más estrictamente, los pecados de las pasiones, incluidas todas las formas de lujuria y egoísmo, y los pecados del temperamento.
El hijo pródigo es el ejemplo en el Nuevo Testamento de los pecados pasionales, el hermano mayor de los pecados del temperamento. Ahora bien, podríamos estar dispuestos a pensar que el hijo pródigo es el peor pecador de estos dos; pero al menos es digno de mención que al final de la historia, vemos que él ha sido encontrado, perdonado y restaurado; mientras el hermano mayor todavía está fuera de la casa, y se ausenta de la fiesta.
¿Quiere decir Cristo que la murmuración de mal genio del fariseo es más desesperada que la pasión del publicano y pecador? No debemos presionar demasiado el pensamiento; pero al menos podemos preguntarnos si estamos albergando, bajo un exterior moral muy respetable, el espíritu del hermano mayor, que se afana diariamente al trabajo y es considerado un modelo de obediencia filial, pero se le deja fuera de la puerta.
Se ha hecho un análisis cuidadoso de los ingredientes que componían ese discurso rencoroso; salen así: celos, ira, orgullo, falta de caridad, crueldad, justicia propia, mal humor, susceptibilidad, tenacidad. "Su discurso, como la burbuja que se escapa a la superficie de la piscina, delata la podredumbre que hay debajo". Analicemos atentamente nuestros corazones, no sea que quede algún rastro de este espíritu en nosotros, cuando otros se apresuren hacia el reino con gozo.
Traducido de Our Daily Homily, Photo de la escultura de Reconciiation hecho por Margaret Adams Parker en Duke Divinity School.